3. El cine europeo
El cine alemán competirá con las grandes producciones norteamericanas de un Hollywood incipiente que ha diseñado su estrategia de industria cinematográfica con el star system. Lo hará mediante la prohibición del gobierno alemán de exhibir películas extranjeras y la creación de una industria propia a cargo de los estudios de cine UFA. De ahí surgió la obra E. Lubitsch (“Madame Dubarry” o “Ana Bolena”, sátiras de la Revolución Francesa y la sociedad americana, respectivamente). Y destaca la revolución estética del expresionismo alemán, con deformación de la realidad y el uso del plano aberrante (un tipo de plano inclinado). Títulos y directores ineludibles serán “El gabinete del Doctor Caligari” (R. Wiene, 1919), “Nosferatu, el vampiro” (Murnau, 1922) y “Metropolis” (F. Lang, 1926).
El cine ruso de esta época se caracterizará por una nacionalización de la industria cinematográfica a cargo de la “Escuela Estatal de Arte Cinematográfico” de Moscú. Esta “escuela soviética” parirá magníficos directores como Vertov, Kuleshov, Eisenstein o Pudovkin. Todos ellos comparten un entusiasmo revolucionario, una inquietud por experimentar y teorizar el medio, dan una gran importancia al montaje y rechazan el cine burgués de Hollywood para dar protagonismo al pueblo.
El impresionismo francés de los años 20 aporta un cine de artista con narraciones psicológicas, como es el caso de Abel Gance y su “Décima sinfonía”. Con impresionismo queremos decir que este cine apuesta por una representación de la conciencia del personaje y un interés por la acción interior, acercándose a la poesía, a la pintura, o a la música. Se usarán por tanto desenfoques, vertiginosos movimientos de cámara, un montaje rítmico en definitiva. Así ocurre, por ejemplo, en la célebre “Napoleón”, de Abel Gance. Además del impresionismo, fuera del circuito más industrial nace el cine surrealista francés con pintores como Man Ray o Salvador Dalí interesados por el cine. Deseo, éxtasis sexual, violencia o humor estrafalario serán temas de este libre flujo de pensamiento que representa especialmente el primer cine de Luis Buñuel, con “Un perro andaluz” (1928) y “La edad de oro” (1930).